En el circuito de Imola, bajo un cielo gris que amenazaba lluvia, Checo Pérez se subió al Ferrari SF-23 para un test privado organizado por Cadillac. Nadie esperaba que el mexicano rompiera el récord de la pista en su primera vuelta rápida.

El cronómetro marcó 1:14.892, superando por tres décimas la marca anterior de Charles Leclerc con el mismo coche. Los ingenieros de Ferrari se miraron incrédulos mientras el mexicano salía del cockpit con una sonrisa discreta.
Cadillac, que planeaba usar estos datos para su ingreso a la Fórmula 1 en 2026, vio cómo sus planes se tambaleaban. El equipo americano había pagado millones por este test, pero ahora Red Bull parecía haber infiltrado a su piloto estrella.

Pérez, aún bajo contrato con Red Bull hasta finales de 2025, había recibido permiso especial para esta prueba. Christian Horner lo justificó como “desarrollo de talento”, pero en Maranello se hablaba de espionaje industrial disfrazado de colaboración.
Los mecánicos de Cadillac revisaban frenéticamente los datos telemétricos. Cada sector mostraba que Checo había sido más rápido que cualquier piloto de Ferrari en condiciones similares. Su trazada en la curva Tamburello era perfecta, casi matemática.
En la curva Villeneuve, donde Ayrton Senna tuvo su fatal accidente, Pérez frenó 15 metros más tarde que Leclerc. Los sensores registraron una deceleración de 5.2G, un dato que dejó mudos a los ingenieros italianos presentes.
El mexicano explicó después que había adaptado su estilo de conducción al Ferrari en solo tres vueltas de instalación. “El coche responde diferente al Red Bull, pero el balance es increíble”, comentó mientras se quitaba el casco.
Cadillac había traído a Imola a sus directivos desde Detroit. Mark Reuss, presidente de General Motors, observaba desde el box con el ceño fruncido. El plan era usar estos datos para diseñar su propio chasis.
Pero ahora tenían un problema: los tiempos de Pérez eran tan buenos que cuestionaban toda su estrategia de desarrollo. “¿Cómo competiremos contra esto en 2026?”, se preguntaba Reuss en voz alta a sus ingenieros.
En el garaje de Ferrari, Fred Vasseur sonreía por primera vez en meses. “Checo nos ha dado una lección de cómo sacar lo máximo de nuestro coche”, declaró el jefe de equipo francés a los medios presentes.
Los datos mostraban que Pérez había gestionado mejor los neumáticos que cualquier piloto de Ferrari durante toda la temporada. En su vuelta rápida, los Pirelli mantuvieron una temperatura óptima durante todo el giro.
La prensa italiana hablaba ya de “el día que México conquistó Imola”. Los tifosi, que normalmente abuchean a cualquiera que no vista de rojo, aplaudieron al mexicano cuando salió del circuito.
Red Bull emitió un comunicado lacónico: “Felicitamos a Checo por su desempeño. Esto demuestra la calidad de nuestros pilotos”. Pero en privado, Horner estaba furioso por la filtración de datos a Cadillac.
Los ingenieros de Cadillac pasaron la noche analizando cada milisegundo de la telemetría. Descubrieron que Pérez había usado una mapa de motor diferente al estándar de Ferrari, más agresivo en la zona media de revoluciones.
En Maranello, los técnicos confirmaron que ese mapa era una evolución que estaban desarrollando para 2026. “¿Cómo lo sabía Checo?”, se preguntaban. La respuesta apuntaba a un intercambio de información con Red Bull.
Pérez, por su parte, se mantuvo diplomático: “Solo hice mi trabajo. El Ferrari es un gran coche y me adapté rápidamente”. Pero sus ojos brillaban con la satisfacción de haber demostrado su valía.
Al día siguiente, las acciones de General Motors cayeron un 2% en Wall Street. Los inversores temían que el proyecto Fórmula 1 de Cadillac estuviera en peligro tras la demostración de superioridad de Pérez.
Ferrari, en cambio, vio cómo su valor de marca se disparaba en las redes sociales. #ChecoEnImola se convirtió en trending topic mundial, con millones de mexicanos celebrando el logro de su ídolo.
Los datos finales mostraron que Pérez había sido 0.8 segundos más rápido que el mejor tiempo de Cadillac en sus pruebas privadas. Una diferencia abismal que cuestionaba todo el programa americano.
En México, el presidente López Obrador felicitó públicamente a Checo: “Orgullo nacional que demuestra que los mexicanos podemos competir con los mejores del mundo”. Las televisoras interrumpieron su programación para mostrar las imágenes.
Cadillac emitió un comunicado diciendo que “los datos serán revisados exhaustivamente” y que “el test ha sido productivo”. Pero la realidad era que su proyecto había recibido un golpe devastador.
Checo Pérez regresó a Milton Keynes con una sonrisa que no podía disimular. En Red Bull sabían que tenían en sus manos al piloto perfecto para defender su dominio en la Fórmula 1.
Y en Imola, el récord de 1:14.892 permanecía imbatible, un testimonio de que a veces un solo día puede cambiar el rumbo de toda una industria automovilística.
