Todo comenzó cuando Morgan, conocida por su carisma en redes sociales y su influencia en el mundo del tenis, publicó un video en su cuenta de Instagram con una frase que encendió las alarmas:
“No puedo quedarme callada más. La gente merece saber lo que hay detrás de esos brazaletes.”
En cuestión de minutos, el clip se volvió viral, generando un sinfín de teorías. Algunos pensaron que se trataba de una broma o una estrategia publicitaria, pero al día siguiente, Taylor Fritz añadió más leña al fuego al declarar ante la prensa:
“Podría haber dopaje en esos brazaletes…”

La frase retumbó en todos los rincones del deporte. Los periodistas se agolparon en las puertas del hotel donde se alojaba el equipo estadounidense, mientras que el nombre de Carlos Alcaraz comenzó a ser tendencia mundial en X (antes Twitter) bajo el hashtag #BraceletGate.
De inmediato, la Agencia Mundial Antidopaje (WADA) intervino. Según fuentes cercanas al organismo, la investigación se inició “por precaución” tras recibir múltiples denuncias anónimas sobre el uso de posibles dispositivos de estimulación muscular no autorizados.
Morgan Riddle, sin embargo, fue más allá. En una entrevista exclusiva concedida a The Tennis Post, afirmó que había visto los brazaletes de cerca durante un evento promocional meses atrás. “No eran simples accesorios deportivos. Tenían una especie de luz interna y una vibración constante. Parecía algo tecnológico, no fisiológico,” dijo con firmeza.
Las redes se dividieron. Los seguidores de Alcaraz salieron en su defensa, acusando a Morgan de inventar historias para distraer al público tras la derrota de Fritz en las Finales de la ATP. En cambio, los más escépticos comenzaron a especular sobre la posibilidad de que los brazaletes fueran una nueva forma de “dopaje tecnológico”, una tendencia que la WADA ya había advertido como una amenaza futura para el deporte limpio.

El propio Alcaraz rompió el silencio en una conferencia de prensa improvisada en Madrid. Con semblante serio, declaró:
“No necesito aparatos ni rumores para ganar. Si quieren analizar mis brazaletes, adelante. No tengo nada que esconder.”
Horas después, agentes de la WADA se presentaron en el centro de entrenamiento del murciano para recoger los objetos y someterlos a análisis exhaustivos. La prensa española reaccionó con indignación, calificando la situación de “caza de brujas moderna”, mientras que en Estados Unidos, varios comentaristas deportivos defendieron el derecho de Fritz y su novia a “hacer preguntas incómodas en nombre de la transparencia”.
Durante los días siguientes, el caso se convirtió en un fenómeno mediático global. Programas de televisión, podcasts y foros deportivos debatieron sin descanso sobre los límites entre la innovación y el dopaje. Incluso algunos expertos en biotecnología intervinieron para explicar que ciertos dispositivos de compresión podían incorporar microimpulsos eléctricos para mejorar la oxigenación, algo que, si bien no es ilegal, podría otorgar ventajas significativas.
Cuando finalmente se filtraron los primeros resultados de la investigación, el país entero contuvo la respiración: los brazaletes no contenían sustancias dopantes, pero sí incluían microcircuitos de estimulación nerviosa, una tecnología experimental desarrollada por una empresa japonesa asociada con el rendimiento deportivo. Aunque no violaban ninguna norma vigente, la WADA consideró necesario abrir un debate sobre su legalidad futura.

Morgan Riddle, lejos de retractarse, publicó un mensaje en sus redes:
“No se trata de ganar o perder, sino de mantener el deporte limpio. Si con esto logramos más transparencia, valió la pena.”
Alcaraz respondió con elegancia y una pizca de ironía:
“El tenis no se juega con brazaletes, sino con corazón. Algunos deberían recordarlo.”
El escándalo dejó una huella profunda. Por primera vez, el mundo del tenis se enfrentó al dilema del dopaje tecnológico, un terreno donde la ciencia y la ética chocan de frente. Fritz y Morgan salieron del episodio con una mezcla de admiración y controversia, mientras que Alcaraz, tras demostrar su inocencia, emergió más fuerte que nunca, convertido en símbolo de resiliencia.

Y así, entre verdades, rumores y emociones cruzadas, el llamado “BraceletGate” pasó a la historia como uno de los capítulos más intensos, polémicos y fascinantes del tenis moderno —donde incluso un simple accesorio puede cambiar el destino de una leyenda.
