Franco Colapinto, el joven piloto argentino de 22 años que este 2025 ocupa el asiento titular de Williams Racing, ha desatado la tormenta más grande que se recuerda en la Fórmula 1 desde los tiempos del “kneelgate” en 2020.
Todo comenzó el jueves por la tarde en el paddock de Yas Marina, apenas unas horas antes de los primeros entrenamientos libres del Gran Premio de Abu Dhabi, última carrera de la temporada.

Colapinto llegó al media pen con su habitual sonrisa, pero cuando un periodista británico le preguntó si llevaría el brazalete arcoíris que la FIA había distribuido esa misma mañana entre los veinte pilotos titulares (una iniciativa repetida cada noviembre desde 2021 bajo el lema #WeRaceAsOne), el argentino respondió sin titubear: “Con todo respeto, no lo voy a usar.
No tengo nada contra nadie, pero creo que la Fórmula 1 es un deporte y aquí venimos a correr, a dar el máximo en pista, no a hacer política.
Cada uno es libre de pensar como quiera en su casa, pero cuando me pongo el casco solo pienso en el cronómetro y en ganar posiciones”.
La frase, grabada por decenas de cámaras, tardó menos de quince minutos en convertirse en tendencia mundial. En redes sociales estalló la guerra.
Por un lado, miles de usuarios, especialmente desde América Latina y Europa del Este, aplaudieron la “valentía” del piloto y lo convirtieron rápidamente en héroe de la resistencia contra lo que llaman “la agenda woke impuesta”.
Por otro, una parte muy vocal de la comunidad internacional, sobre todo en países anglosajones y del norte de Europa, lo acusó de homofobia, intolerancia y de “dar un paso atrás en la lucha por la inclusión”.

En menos de tres horas, la etiqueta #SancionenAColapinto llegó al top 3 mundial de Twitter, acompañada de peticiones para que Williams lo apartara del coche de inmediato y para que la FIA le impusiera una sanción ejemplar.
Activistas digitales lanzaron incluso una campaña para boicotear a los patrocinadores del equipo británico, entre ellos Gulf, Kraken y varias marcas de lujo.
La presión fue tan intensa que la FIA, que inicialmente había planeado no hacer comentarios hasta el domingo, se vio obligada a emitir un comunicado a las 2:17 de la madrugada hora local.
El texto, de apenas ocho líneas, decía lo siguiente: “La Fórmula 1 y la FIA promueven la diversidad y la inclusión como valores fundamentales.
Respetamos la libertad de expresión de todos los miembros de nuestra comunidad, pero recordamos que nuestras acciones deben reflejar respeto hacia todas las personas independientemente de su orientación sexual, género, raza o religión. Seguiremos trabajando para que el paddock sea un entorno seguro e inclusivo para todos”.
Ni sanción, ni apoyo explícito a Colapinto, ni mención alguna al brazalete. Un texto tibio que enfureció a ambos bandos. Los que pedían castigo lo consideraron “insuficiente y cobarde”; los que defendían al piloto lo vieron como una “declaración disfrazada de reprimenda”.
En redes, la frase “la FIA ha decepcionado a todo el mundo” se repitió hasta el cansancio.
A las ocho de la mañana del viernes, Colapinto volvió a aparecer en el paddock. Esta vez sin casco, sin auriculares, sin escudos. Caminó directo hacia los periodistas y leyó una breve declaración preparada: “No me arrepiento de lo que dije. No odio a nadie, no discrimino a nadie.
Solo creo que el deporte debe unir, no dividir. Respeto a quien piensa distinto, pero yo también tengo derecho a pensar distinto. Hoy voy a correr como siempre: a fondo, limpio y por mi país. Gracias”.
No aceptó preguntas y se marchó hacia el garaje de Williams. Allí, según testigos, el ambiente era tenso pero de respaldo total.
James Vowles, director del equipo, habría mantenido una reunión privada con él y le habría transmitido que “mientras corras rápido y respetes las reglas deportivas, este equipo te apoya”.
Fuentes internas aseguran que varios patrocinadores latinoamericanos incluso aumentaron su exposición en el coche para este fin de semana como muestra de solidaridad.
En la conferencia de prensa oficial de pilotos del viernes por la tarde, la pregunta incómoda llegó inevitablemente. Lewis Hamilton, siempre referente en temas sociales, respondió con su habitual diplomacia: “Cada uno tiene su verdad.
Yo llevo el brazalete porque para mí es importante visibilizar que este deporte es para todos. Franco tiene derecho a no llevarlo, pero también tiene que aceptar que sus palabras tienen consecuencias. Espero que podamos hablarlo en privado y entendernos como compañeros”.
Max Verstappen, por su parte, fue mucho más directo: “Yo tampoco lo llevo nunca. No me gusta que me digan qué tengo que ponerme o qué tengo que decir. Si alguien se ofende, lo siento, pero no voy a cambiar quién soy por quedar bien en redes”.
El sábado, durante la clasificación, Colapinto marcó el noveno mejor tiempo, su mejor resultado del año, y celebró en la radio con un grito de “¡Vamos Argentina carajo!” que se hizo viral.
En parc fermé, cuando los cámaras lo enfocaron, levantó el puño derecho sin brazalete alguno, y miles de banderas argentinas aparecieron en las gradas de Yas Marina como respuesta espontánea.
La carrera del domingo aún no se ha disputado, pero ya es secundaria. Gane o pierda posiciones, Franco Colapinto ha conseguido algo que muy pocos pilotos logran en toda su carrera: convertirse en el centro absoluto del debate global.
Para unos es un mártir de la libertad de expresión; para otros, un símbolo de retroceso. Lo único cierto es que la Fórmula 1, que tanto presume de ser “más que un deporte”, hoy se mira en un espejo incómodo y no sabe muy bien qué cara devolver.
